martes, 9 de junio de 2009

La mujer que siempre fue

La encontró como un gélido e imperturbable bloque de mármol blanco.
La llevo, muy trabajosamente, a su refugio interior.
La observo por largo tiempo, durante varios atardeceres, desde todo ángulo posible.
Cuando el coraje se mezclo con la decisión, busco las herramientas necesarias para transformar en recuerdos sus carencias.
Respiro hondo y comenzó a lijar, pulir, acariciar.
Cada tanto, un certero golpe de punzón y martillo sobresaltaba los sentimientos dormidos.
Las horas se hicieron días, los días semanas y las semanas meses.
Afortunadamente, no fue necesario esperar que los meses se hicieran años.
Ella estaba allí, de pie, fría e inmóvil desde su pétrea placidez de mármol blanco, con las imperfecciones que la hacían perfecta.
Sin siquiera esperarlo, sus ojos se abrieron.
Su pecho comenzó a respirar.
Su corazón a latir.
Por primera vez, sintió su cuerpo tibio.
Su piel de color natural.
La yema de sus dedos le transmitía sensaciones nuevas, texturas, deseos.
Lo miro a los ojos y le dijo “Yo era un pedazo de mármol sin vida. Tú, con paciencia y amor me creaste. Tus músculos tensos y el sudor de tu frente moldearon día y noche la persona que ahora soy”.
“Estas errada, mi niña – le respondió ante su desconcierto - Nunca fuiste ni serás una creación mía. Solo tuve el insignificante merito de quitar el mármol que sobraba. Debajo de todo esos pedazos de piedra, tan pesados como prejuicios que aparte, siempre estuviste tu, solo que no lo sabias.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario