lunes, 1 de junio de 2009

El Angel y la Gargola

Sin necesidad de elevarnos hasta donde las estrellas duermen y los dioses habitan, elevándonos apenas unos cientos de metros por sobre la superficie del suelo, sucedió una historia de de amor tan intensa como perenne, tan particular como única.
El Creador, hacedor y Padre de todo y de todos, en su infinita sabiduría y clemencia, había observado desde tiempo atras, perplejo, lo que sucedía en lo alto de la catedral de la ciudad.
Sabía que la situación no era aceptable a los ojos de los demás Santos. Incluso para el en parte tampoco lo era, pero había una chispa de luz en ello que lo hacia ser cauto en su buen juicio e infinita sabiduría.

La catedral era de origen gótico. Había sido construida hacia mas de dos siglos por nobles indiferentes y trabajadores deseosos de obtener la redención. Contrariamente a los deseos de sus creadores, en la actualidad atraía más curiosos que fieles.
En la punta de su torre más alta, una mujer alada, un ángel, de mármol blanco, con sus brazos abiertos calidamente, invitaba y recibía desde hace siglos a los fieles que aun deseaban hallar consuelo en la palabra del Señor. Sus alas plegadas en su espalda, junto con su corona tallada tan hábilmente en oro, le conferían un aire tan espiritual como puro, ofrecía desde lo alto contención, amor, esperanza.
En la esquina Este de la torre, en la cornisa que asomaba hacia el amanecer, una de las tantas gárgolas de piedra, de alas tenebrosas, colmillos amenazantes y mirada vacía bajo unos cuernos de buey, yacía agazapada, espantando a los malos espíritus que quisieran apropiarse de la fe de quines depositaban allí su devoción al Señor.

El asunto es – y el Creador lo sabía perfectamente – que la mujer alada, el Ángel y la gárgola, se habían enamorado profundamente.

Era un amor puro, en su más cristalina esencia, algo que el Creador sabia que a pesar de la situación, no debía ser amarrado o callado por ciegos escrúpulos. Un amor en un estado de pureza tal que destruía cualquier intento de contención egoísta o pretenciosa.
Decidió ser clemente con ellos contrariamente al deseo de sus apóstoles, pues justamente El había creado la fe mas grande que existió y existirá sobre la tierra en base a esa virtud, a veces olvidada, a veces bastardeada, no entendida en su total extensión y profundidad: El Amor.
EL mundo no es un lugar fácil – repetía el Creador – y su atención no podía distraerse más por esta pétrea historia de amor. Afortunadamente para los enamorados, el Creador actuó rápido y sin pensarlo mucho, pues otros temas reclamaban su sabiduría…

El sol se oculto lentamente.
La primera en recibir las sombras de la noche fue la gárgola.
Sus dedos comenzaron a moverse lentamente. Sus músculos se hincharon. Sus pulmones comenzaron a respirar. Sus ojos tomaron brillo. Se puso de pie lentamente, dolorosamente y extendió sus brazos y sus alas en un feroz aullido de siglos contenidos bajo la roca. Su cuerpo, tenso y fuerte, tomo vida.
De inmediato, alzo su vista hacia lo alto de la torre, con desesperada esperanza.
Lo que vio, le lleno de gozo.
La mujer alada, el ángel, observaba asombrada sus manos. Cerro sus ojos, tan hermosos como vivos, y sintió la suave brisa del río mover sus cabellos color oro. Desplegó sus alas, blancas, suaves, y lentamente sus pies abandonaron el pedestal.
Ambos, ángel y gárgola, se unieron en el vuelo.
Nadie podía observarlos, pero sin embargo, muchos sentían que el amor estaba presente.
Volaron por la ciudad, de la mano, en completo silencio, sintiendo el viento en sus cuerpos, la vida fluir en sus venas, sus alas llenas de un vigoroso enamoramiento.
La cornisa mas alta, donde la gárgola desde hacia siglos montaba su eterna guardia de fe, fue el lugar elegido para anidar esa noche.

El alba los encontró recostados, abrazados.
El ángel dormía cobijada en las alas de su compañero. La gárgola acariciaba con sus rusticas manos los cabellos dorados de su amada.
Ella abrió los ojos lentamente. Le sonrió y un destello de luz broto de sus ojos. Se acerco aun más al poderoso pecho de su gigante alado.
El horizonte cada vez era mas claro y ambos trataron de ensayar una amarga intención de ignorar la verdad.
Ambos sabían que el Creador les obsequio una única noche.
Se dieron las últimas y tristes caricias de amor y casi sin mirarse a los ojos, separaron sus cuerpos.
La mujer alada se elevo hasta la punta de la torre más alta.
Erguida y en señal de amor, abrió sus manos en bienvenida a los fieles, tal como hizo en los últimos siglos de su existencia. Sus alas, brillantes y blancas como la luna que poco a poco desaparecía del cielo, se plegaron en forma lenta y sutil.
Miro a la gárgola y le regalo una sonrisa de esperanza. “El sol sale cada día – pensó – un nuevo mañana es posible para nosotros”
Luego, cerró los ojos y quedo en una placidez de sueño eterno y mármol blanco.

La gárgola se inclino y apoyando una de sus rodillas y los nudillos de sus manos, inclino la cabeza mirando hacia abajo, hacia esa ciudad que durante siglos vio crecer. Antes de que su carne se transformara en piedra nuevamente, alzo la vista y miro hacia el horizonte.
Y ese sol que asomaba, radiante, color naranja fuego, lleno de vida, le pareció un tanto triste.
Dejo caer su cabeza mientras los rayos de ese sol algo triste, cubrían su piel y lo transformaban nuevamente en dura y fría piedra.
“Todos mis siglos de existencia valieron la pena, si he de vivir solo esta noche” pensó antes de caer en el sueño eterno de piedra, fe y soledad.

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