sábado, 27 de junio de 2009

Envejecer juntos


Luna, mi vida comenzó en ti, cuando te conocí. Así que deseo termine contigo. Quiero envejecer en tu compañía.
Pienso vivir 100 años pero solo si estas conmigo, pues de que serviría vivir aunque sea toda la eternidad pero sin tu amor?
La vida es vida contigo. Sin ti… es existencia.
Y existir no es lo mismo que vivir.

miércoles, 24 de junio de 2009

Tormenta en el mar

Lunes negro.
Luna se presento en emergencia, naufragando a la deriva en un frío y tormentoso mar de dudas e incertidumbres.
Sin ningún tipo de preámbulo me pidió reencauzar nuestra relación a un nivel de menor compromiso.
Luna se estaba ahogando en su propia ansiedad, y yo, perturbado aun por su planteo, la veía sumergirse sin atinar a nada.
Luna se iba al fondo de su propio abismo.
Mis sentidos despertaron violentamente cuando me di cuenta que estaba en un error. Estaba viendo sumergirse a Luna, pero no me daba cuenta que junto con ella, me hundiría yo también.
Sin Luna, no existe la vida.

Lentamente y con la tensa tranquilidad de meditar cada paso, cada palabra, mi mano extendida alcanzo finalmente la suya.
Poco a poco, Luna fue emergiendo de sus propias incertidumbres como una hermosa Ave Fénix que renace de las cenizas de la duda.
La tormenta paso.
Me siento bien. Se sintió perdida y creo haber sabido guiarla hacia nuestro calido y personal mundo donde se siente contenida, amada, única.
Pero eso si… quede exhausto...

viernes, 19 de junio de 2009

La dos cruces exoticas

En el muelle donde abrace a Luna por primera vez, vamos a comprometernos.

Ya que la vida no me permitió colocarle un anillo de oro en su mano izquierda, le he pedido que me permita darle una muestra de amor material, que represente nuestro compromiso eterno y contra toda circunstancia que la vida imponga.

Desde hace unas semanas he decidido portar en mi cuello una cruz, de diseño exótico, pero cruz cristiana al fin. Un reconocimiento a mi acercamiento a Dios, después de conocer a Luna y de que ella hiciera de mediadora entre el Supremo y yo.
Había pensado en un anillo, pero prefiero darle una cruz, similar a la mía.
Así, colgara cerca de su corazón, que tanto amo.
El frió metal, recibirá el calor de su pecho de mujer íntegra, calida, sensual, y tornara ese frió material en algo tibio, calido. Tal como lo hizo conmigo.

Espero que esa noche, no haga tanto frío.
Con Luna, bajo la luna, espero poder pararme frente a ella, apartar sus cabellos de oro de su cuello lentamente y rodear con la cadena que porta la cruz exótica, su cuello virgen aun de mis labios, y una vez puesta, jurarle amor eterno, en esta vida y en las que me toquen vivir.

Después… el tiempo dirá.

Luna sabra que a partir de ese momento, mi persona ya no me pertenecera.
Al cerrar el clip que sujetara la cadena alrededor de su cuello, automáticamente mi persona sera definitivamente suya. Ya no sere dueño de mi mismo.
Y realmente, no me importa.
Desde que la oí por primera vez, desde que mis labios se posaron el los suyos, desde que mi pecho oprimió mi corazón cuando temí perderla en alguna oportunidad, ya nada me importa si Luna esta conmigo.

Realmente... Hace rato ya que no soy dueño de mi mismo...

miércoles, 17 de junio de 2009

Pecas y buena salud

Hoy de casualidad, con Luna hemos descubierto algo que podría hacer volcar la credibilidad de este blog, pasando el concepto de nuestra vivencia de relato testimonial a la ficción, por lo increíble – al menos para nosotros - del descubrimiento que hemos hecho.

Mi amada y yo hemos tenido, de pequeños, la misma cobertura medica. Y nos han atendido en alguna oportunidad, en el mismo centro medico en épocas similares de nuestras tempranas vidas...
¿Acaso, acompañados por nuestras madres, esperamos nuestro turno en el mismo pediatra, mirándonos por lo bajo, de reojo y con vergüenza, mientras nuestros pies se balanceaban nerviosamente sentados en los sillones de madera oscura del centro medico?

No podemos asegurar que nuestros caminos se hayan cruzado en ese momento.
Pero tampoco podemos negar que existe la posibilidad de que si hayamos coincidido ese lugar, a la misma hora, a escasos centímetros…
Como enamorados que somos, optamos – nos aferramos con desesperación - a la segunda opción.

Pero será otra pregunta sin respuesta.
Como tantas, de nuestras vidas separadas y encontradas.

martes, 9 de junio de 2009

La mujer que siempre fue

La encontró como un gélido e imperturbable bloque de mármol blanco.
La llevo, muy trabajosamente, a su refugio interior.
La observo por largo tiempo, durante varios atardeceres, desde todo ángulo posible.
Cuando el coraje se mezclo con la decisión, busco las herramientas necesarias para transformar en recuerdos sus carencias.
Respiro hondo y comenzó a lijar, pulir, acariciar.
Cada tanto, un certero golpe de punzón y martillo sobresaltaba los sentimientos dormidos.
Las horas se hicieron días, los días semanas y las semanas meses.
Afortunadamente, no fue necesario esperar que los meses se hicieran años.
Ella estaba allí, de pie, fría e inmóvil desde su pétrea placidez de mármol blanco, con las imperfecciones que la hacían perfecta.
Sin siquiera esperarlo, sus ojos se abrieron.
Su pecho comenzó a respirar.
Su corazón a latir.
Por primera vez, sintió su cuerpo tibio.
Su piel de color natural.
La yema de sus dedos le transmitía sensaciones nuevas, texturas, deseos.
Lo miro a los ojos y le dijo “Yo era un pedazo de mármol sin vida. Tú, con paciencia y amor me creaste. Tus músculos tensos y el sudor de tu frente moldearon día y noche la persona que ahora soy”.
“Estas errada, mi niña – le respondió ante su desconcierto - Nunca fuiste ni serás una creación mía. Solo tuve el insignificante merito de quitar el mármol que sobraba. Debajo de todo esos pedazos de piedra, tan pesados como prejuicios que aparte, siempre estuviste tu, solo que no lo sabias.”

lunes, 8 de junio de 2009

sábado, 6 de junio de 2009

Disparadores de recuerdos

Hay cosas que sin imaginarlo, son disparadores de recuerdos.
Un aroma, un sabor, hasta una prenda de vestir.
En mi caso ha sido la música quien trajo sin pedir permiso, un sentimiento del pasado. Pero además de la sorpresa de este hecho, me encuentro también con algo que no esperaba.

Estoy relajado en mi sillón favorito. Mi cuerpo, distendido, reposa tratando de sincronizar la respiración con los latidos de mi sufrido corazón. En mi mp3, suena un clásico de los años ochenta: Big in Japan, de Alphaville.

Julio 1985.
Era la primera salida nocturna de nuestro viaje de egresados. Íbamos a bailar a Grisú. Éramos jóvenes e inexpertos y teníamos que manejar y administrar una libertad para la cual no todos estábamos preparados. Para agregar dificultades al conflicto, estábamos potenciados por la compañía de nuestros amigos de colegio y la desesperación por vivir, sentir.
Esa noche, en Grisú, recuerdo haber escuchado por primera vez este tema. No recuerdo con quien estaba haciendo que cosa (Una bebida alcohólica empezaba a hacer sus efectos y hay un bache en mi memoria) pero al menos tengo la tranquilidad de que no fue nada de lo que me tuviera que arrepentir o que manchara mi reputación. Como decía, esa canción me transporta mágicamente a ese momento de mi vida.
Pero es entonces cuando algo se me ocurre.
Un intento desesperado quizás. Pero es un intento que debo hacer.
El mp3 repite en mi oido Big in Japan. Cierro los ojos, me relajo en el sillón casi tanto que siento separarse mi alma del cuerpo. Me corporizo, donde quisiera estar para que el destino me de una segunda oportunidad.
Abro los ojos, miro a mi alrededor y veo la ciudad nevada, mis compañeros de escuela correteando, un ambiente familiar hasta el mas mínimo detalle. Me observo reflejado en el cristal de una ventana y me veo con el pelo mas largo, ninguna cana tiñe mi cabello, estoy bastante mas delgado, mas joven… viaje en el tiempo.
Volví a Bariloche. Julio 1985.

Y desesperado, comienzo a buscarte, Luna. Pregunto por vos. Te han visto pero no saben donde estas exactamente ahora. Unos me dicen que te busque por allí. Allí no te han visto. Otros que te busque por allá. Tampoco estas allá.
La ciudad se torna oscura, opresiva. El cielo gris parece acompañar a los edificios que se echan sobre mí y me quitan el aire.
Para que viaje en el tiempo hasta aquí Luna, si no puedo verte, hablarte, tomarte de las manos y decirte cuanto te amo y asegurarme el resto de mi vida junto a vos?
Desesperado, sin consuelo, corro sin saber hacia donde. Las piernas me pesan. Siento que no avanzo por las oscuras y nevadas calles a pesar de mi esfuerzo. Grito. Siento que todo se esfuma a mí alrededor…

Junio, 2009. Otra vez aqui.
Abro los ojos. Pero no me incorporo del sillón. Mis músculos están tensos. Mi frente tiene perlas de sudor.
Trato de entender por que no te encontré.
Y quizás encuentro – o me aferro - a la posible respuesta a nuestra pregunta fundamental, del por que a pesar de amarnos tanto hoy, fuimos invisibles el uno para el otro allá en nuestra adolescencia: No estábamos listos. No era nuestro momento.

El joven que fui y quedo en Bariloche aquel frío invierno de 1985, me mira desde allí con un gesto de incertidumbre.
Le respondo con una sonrisa tranquila. Estoy nuevamente en paz.
Comprende mi mensaje y se va junto con sus (Mis) compañeros de colegio. Voltea por ultima vez como preguntándome si todo esta verdaderamente bien. Vuelvo a sonreírle, y esta vez, tranquilo, se va definitivamente.

Ya tendrá tiempo de entender y descifrar el misterio de amar. Amar y vivir por y para una mujer de dulces silencios, ojos vivos, risa fácil, hablar pausado.

Descuida Luna, lo sabrá... pero veinticuatro años después de ese viaje de egresados...

Musica y Ansiedades

Con Luna, hemos conseguido un canal de comunicación poco frecuente.
Solemos enviarnos música que de un modo a veces sutil o a veces profundamente, habla de nuestra historia, sentimientos. Buscamos música cuyas letras tengan paralelismos con nuestra vivencia.
Hablamos por intermedio de la música.
A propósito, no les había comentado, Luna sabe tocar la guitarra y es buena cantante, al menos tiene un pasado coral en su haber. Hasta ahora, no he tenido el placer de oírla, aunque seguramente, su canto será como el de las sirenas hacia Ulises, seductor e hipnotizante.
De solo imaginarla dedicándome su canto de amor, no puedo asegurar cual será mi reacción a esa acción.
Luna, estas avisada…

Reconozco que en nuestro primer encuentro, cuando al amor solo lo habíamos alimentado platónicamente por chat y solo restaba consumar el necesario cruce de nuestras existencias físicas, no teníamos tiempo creo para melodías y cantos por mas armoniosa que fuese su voz.
Creo que en el orden de prioridades que dicto nuestra ansiedad, consideramos primero cubrir otras necesidades como sentirnos en una mirada, en darle calor a esas frías palabras del chat y vibrar hasta lo mas profundo cuando oímos sin ese tono metálico de celular, las promesas de amor que constantemente nos hacemos.
Cuando escribo estas líneas, estamos próximos a vernos por segunda vez.
Las ansiedades antes mencionadas están mas calmas.
Quizás.
No.
Con ella, sigo sintiéndome como si fuese la primera vez, en todo.
En el amor.
En un beso.
Y por sobre todo… la primera vez en vivir.

lunes, 1 de junio de 2009

El Angel y la Gargola

Sin necesidad de elevarnos hasta donde las estrellas duermen y los dioses habitan, elevándonos apenas unos cientos de metros por sobre la superficie del suelo, sucedió una historia de de amor tan intensa como perenne, tan particular como única.
El Creador, hacedor y Padre de todo y de todos, en su infinita sabiduría y clemencia, había observado desde tiempo atras, perplejo, lo que sucedía en lo alto de la catedral de la ciudad.
Sabía que la situación no era aceptable a los ojos de los demás Santos. Incluso para el en parte tampoco lo era, pero había una chispa de luz en ello que lo hacia ser cauto en su buen juicio e infinita sabiduría.

La catedral era de origen gótico. Había sido construida hacia mas de dos siglos por nobles indiferentes y trabajadores deseosos de obtener la redención. Contrariamente a los deseos de sus creadores, en la actualidad atraía más curiosos que fieles.
En la punta de su torre más alta, una mujer alada, un ángel, de mármol blanco, con sus brazos abiertos calidamente, invitaba y recibía desde hace siglos a los fieles que aun deseaban hallar consuelo en la palabra del Señor. Sus alas plegadas en su espalda, junto con su corona tallada tan hábilmente en oro, le conferían un aire tan espiritual como puro, ofrecía desde lo alto contención, amor, esperanza.
En la esquina Este de la torre, en la cornisa que asomaba hacia el amanecer, una de las tantas gárgolas de piedra, de alas tenebrosas, colmillos amenazantes y mirada vacía bajo unos cuernos de buey, yacía agazapada, espantando a los malos espíritus que quisieran apropiarse de la fe de quines depositaban allí su devoción al Señor.

El asunto es – y el Creador lo sabía perfectamente – que la mujer alada, el Ángel y la gárgola, se habían enamorado profundamente.

Era un amor puro, en su más cristalina esencia, algo que el Creador sabia que a pesar de la situación, no debía ser amarrado o callado por ciegos escrúpulos. Un amor en un estado de pureza tal que destruía cualquier intento de contención egoísta o pretenciosa.
Decidió ser clemente con ellos contrariamente al deseo de sus apóstoles, pues justamente El había creado la fe mas grande que existió y existirá sobre la tierra en base a esa virtud, a veces olvidada, a veces bastardeada, no entendida en su total extensión y profundidad: El Amor.
EL mundo no es un lugar fácil – repetía el Creador – y su atención no podía distraerse más por esta pétrea historia de amor. Afortunadamente para los enamorados, el Creador actuó rápido y sin pensarlo mucho, pues otros temas reclamaban su sabiduría…

El sol se oculto lentamente.
La primera en recibir las sombras de la noche fue la gárgola.
Sus dedos comenzaron a moverse lentamente. Sus músculos se hincharon. Sus pulmones comenzaron a respirar. Sus ojos tomaron brillo. Se puso de pie lentamente, dolorosamente y extendió sus brazos y sus alas en un feroz aullido de siglos contenidos bajo la roca. Su cuerpo, tenso y fuerte, tomo vida.
De inmediato, alzo su vista hacia lo alto de la torre, con desesperada esperanza.
Lo que vio, le lleno de gozo.
La mujer alada, el ángel, observaba asombrada sus manos. Cerro sus ojos, tan hermosos como vivos, y sintió la suave brisa del río mover sus cabellos color oro. Desplegó sus alas, blancas, suaves, y lentamente sus pies abandonaron el pedestal.
Ambos, ángel y gárgola, se unieron en el vuelo.
Nadie podía observarlos, pero sin embargo, muchos sentían que el amor estaba presente.
Volaron por la ciudad, de la mano, en completo silencio, sintiendo el viento en sus cuerpos, la vida fluir en sus venas, sus alas llenas de un vigoroso enamoramiento.
La cornisa mas alta, donde la gárgola desde hacia siglos montaba su eterna guardia de fe, fue el lugar elegido para anidar esa noche.

El alba los encontró recostados, abrazados.
El ángel dormía cobijada en las alas de su compañero. La gárgola acariciaba con sus rusticas manos los cabellos dorados de su amada.
Ella abrió los ojos lentamente. Le sonrió y un destello de luz broto de sus ojos. Se acerco aun más al poderoso pecho de su gigante alado.
El horizonte cada vez era mas claro y ambos trataron de ensayar una amarga intención de ignorar la verdad.
Ambos sabían que el Creador les obsequio una única noche.
Se dieron las últimas y tristes caricias de amor y casi sin mirarse a los ojos, separaron sus cuerpos.
La mujer alada se elevo hasta la punta de la torre más alta.
Erguida y en señal de amor, abrió sus manos en bienvenida a los fieles, tal como hizo en los últimos siglos de su existencia. Sus alas, brillantes y blancas como la luna que poco a poco desaparecía del cielo, se plegaron en forma lenta y sutil.
Miro a la gárgola y le regalo una sonrisa de esperanza. “El sol sale cada día – pensó – un nuevo mañana es posible para nosotros”
Luego, cerró los ojos y quedo en una placidez de sueño eterno y mármol blanco.

La gárgola se inclino y apoyando una de sus rodillas y los nudillos de sus manos, inclino la cabeza mirando hacia abajo, hacia esa ciudad que durante siglos vio crecer. Antes de que su carne se transformara en piedra nuevamente, alzo la vista y miro hacia el horizonte.
Y ese sol que asomaba, radiante, color naranja fuego, lleno de vida, le pareció un tanto triste.
Dejo caer su cabeza mientras los rayos de ese sol algo triste, cubrían su piel y lo transformaban nuevamente en dura y fría piedra.
“Todos mis siglos de existencia valieron la pena, si he de vivir solo esta noche” pensó antes de caer en el sueño eterno de piedra, fe y soledad.