Los dos jinetes estaban en lo alto de la colina.
Sus armaduras brillaban en destellos naranja fuego ante el sol del amanecer, en medio de una espesa bruma blanca que comenzaba a descender.
El, alto y poderoso, miro el horizonte donde como bárbaros salvajes, las bestias de la duda, se amontonaban en forma amenazante.
Sus armaduras brillaban en destellos naranja fuego ante el sol del amanecer, en medio de una espesa bruma blanca que comenzaba a descender.
El, alto y poderoso, miro el horizonte donde como bárbaros salvajes, las bestias de la duda, se amontonaban en forma amenazante.
“Son muchas” dijo El.
“Somos nosotros dos” respondió Ella sin desviar la vista del horizonte.
El la miro sorprendido por su respuesta espontánea. Aunque en realidad no le debía cuasar sorpresa. En su corazón volvió a sentir como tantas veces, orgullo por esa mujer que estaba a a su lado. A pesar de su menudo cuerpo, tenia mucho mas coraje y vitalidad que muchos gigantes que había conocido.
Las bestias de la duda, que devoraban almas y se alimentaban matando sueños, esta vez venían por un delicioso y dulce plato para sus sucios paladares: el amor de ambos guerreros.
Las bestias lo habían olfateado de lejos. Es un amor puro, verdadero, dulce, el último que existe sobre el planeta. Y era un manjar muy tentador para estas oscuras criaturas. Deseosas estaban de poder hincarle el diente para terminar con ese sagrado sentimiento y así saciar su apetito de mezquina existencia con una delicia tan única como irrepetible.
“Hagámoslo” dijo El.
“Hagámoslo” le respondió Ella.
Sin mediar palabra, ambos arrimaron sus monturas. El robusto corcel negro de El se arrimo toscamente a la hermosa yegua blanca que montaba Ella.
Estirando apenas sus cuerpos, no sin dificultad por el peso de sus armaduras plateadas, Ella y El, El y Ella se besaron. Afortunadamente no era un beso de despedida. Era un beso pasional de amor y confianza.
Desenfundaron sus espadas y bajaron el frontal de sus yelmos.
Se observaron de nuevo.
El vio a través de las hendijas del yelmo, una vaga sombra de los ojos color miel que tanto le fascinaban.
Talonearon fuerte sus monturas y espadas en mano, enfilaron raudos, salvajes, decididos, hacia las bestias que amenazaban su amor…
Nunca sabremos como termino esta batalla.
Pero si serán recordados porque lo intentaron.
Cuando muchos se dejan abrumar por las dudas y sus bestiales emisarios oscuros que marchitan la flor más bella del amor, ellos pelearon por defenderlo.
Y por eso serán recordados.
Estén donde estén, seguramente serán felices acunados en su mutuo sentimiento de deseo y amor.
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