miércoles, 20 de mayo de 2009

Lo confieso: Te amo

Una noche, tarde, un mensaje llego a mi celular. Era de Luna.
Desbordaba de alegría, feliz por el reencuentro con sus viejos compañeros egresados… Incluyéndome! Algo que no entendía bien pues éramos casi extraños. No teníamos vivencias en común, por que iba a recordarme? O lo que es más inexplicable, alegrarse de mi aparición repentina?
Insisto, no supe entender bien el por que de ese mensaje, pero algo me llevo a responderlo la mañana siguiente.
Comenzamos así a contactarnos fluidamente por chat.


Cierta vez, como un latigazo, llego a mí desde el fondo de mi mente, un recuerdo de Luna. Ella estaba de pie, con su guardapolvo blanco inmaculado, en la puerta del aula. Su flequillo castaño brillaba bajo el sol de un recreo de invierno. Recuerdo haber pasado cerca justo cuando ella alzo la vista. Recuerdo perfectamente sus ojos color miel brillar bajo los rayos calidos de ese sol.
Nada más pude hallar de ella en mis recuerdos.

El chat era nuestro lugar de encuentro cada mañana.

Los temas iban cambiando de banales a profundos, con una lentitud que hablaban de una apertura emocional serena pero firme.
Intercambiamos música, sensaciones, emociones, pero lo que mas me sorprendió a mi mismo fue abrirle la puerta a uno de mis lugares íntimos que con más celo guardaba: Mis relatos escritos.

De pronto, sin siquiera esperarlo, las imágenes comenzaron a ser confusas en mí. Esa compañera casi extraña, de quien no tenía un recuerdo en común del que aferrarme, se estaba metiendo muy dentro de mí sin pedir permiso. Su dulzura, sus pensamientos románticos, su amor por los demás, sus palabras justas en el momento exacto, comenzaron a apoderarse de mí.
Luna comenzó a ser mi último pensamiento al dormir y la primer imagen que ansiaba ver al despertar.
Me estaba enamorando de ella.
Sin siquiera haberla visto nuevamente. Sin siquiera haber tocado sus manos.
¿Acaso ella me estaba enviando señales que yo comenzaba a interpretar? Aun suponiendo esto, temía errar de forma grotesca al equivocar sus intenciones y provocar un momento ingrato. ¿O quizás mis dudas me cegaban ante algo obvio?
Mantuve una actitud de sutil indiferencia, que cada día me costaba mas interpretar.
Cierto día – glorioso día – decidimos hablar por teléfono y escuchar nuestras voces.
Ese día – glorioso día insisto – nos confesamos mutuamente estar enamorados el uno del otro.
Y seria para siempre.


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