Nunca le había encontrado el verdadero sentido a las redes sociales de Internet.
De hecho, me había integrado a ella solamente por insistencia de mis amigos modernos, pues aseguraban que así estariamos mejor comunicados.
En cierta oportunidad, en una tarde de ocio y aburrimiento, se me ocurrió buscar a un amigo con el que había egresado de la escuela secundaria, y al hallarlo, empecé a encontrarle cierto sentido a esto de las redes sociales y el universo virtual. Quizás después de todo, no estaban tan equivocados los modernos.
El tema es que nos fuimos multiplicando. Este amigo encontrado mantenía contacto con algunos pocos. Esos pocos con otros pocos, y así sucesivamente hasta enlazar una buena cantidad de egresados de aquel lejano 1985.
Coincidía todo esto con que vivía mis 41 años con un presente que no era el que esperaba. Mi vida tenía una inercia absoluta de la que no conseguía salir.
Cada tanto, soltaba amarras de mi presente imperfecto cuando dejaba volar mi mente ilustrando o escribiendo, aunque esto último me era cada vez más difícil. Particularmente no puedo escribir sin alguien que me lleve a decidir plasmar una emoción sobre el papel. Alguien por quien hacerlo. Una musa.
Una de mis amigas que volví a hallar en este reencuentro con mí pasado de estudiante, me pasó el número de celular y dirección de mail de una compañera, Luna, a quien recordaba en forma fragmentada. Jamás nos habíamos relacionado más allá de una sana convivencia de adolescentes que compartían casi cinco horas al día en un colegio. La recordaba, pero no tenía ninguna vivencia en común con ella.
Con una indiferencia disimulada, y por no despreciar a mi amiga, tome y anote ese celular y el mail.
Luna era la última persona de quien hubiese imaginado enamorarme perdidamente. Ni siquiera imaginaba que de su mano, estaba a punto de emerger de mis cenizas como un Ave Fénix. Seria para mi, un renacer en todo aspecto. Ella, sin proponérselo, a esta altura de mi vida me desvirgaría en el misterio de amar como si no hubiese un mañana.
Sin que lo sepamos, Luna comenzaba a rescribir la historia de mi vida.
Ojala yo tambien pueda reescribir algo en la suya.
De hecho, me había integrado a ella solamente por insistencia de mis amigos modernos, pues aseguraban que así estariamos mejor comunicados.
En cierta oportunidad, en una tarde de ocio y aburrimiento, se me ocurrió buscar a un amigo con el que había egresado de la escuela secundaria, y al hallarlo, empecé a encontrarle cierto sentido a esto de las redes sociales y el universo virtual. Quizás después de todo, no estaban tan equivocados los modernos.
El tema es que nos fuimos multiplicando. Este amigo encontrado mantenía contacto con algunos pocos. Esos pocos con otros pocos, y así sucesivamente hasta enlazar una buena cantidad de egresados de aquel lejano 1985.
Coincidía todo esto con que vivía mis 41 años con un presente que no era el que esperaba. Mi vida tenía una inercia absoluta de la que no conseguía salir.
Cada tanto, soltaba amarras de mi presente imperfecto cuando dejaba volar mi mente ilustrando o escribiendo, aunque esto último me era cada vez más difícil. Particularmente no puedo escribir sin alguien que me lleve a decidir plasmar una emoción sobre el papel. Alguien por quien hacerlo. Una musa.
Una de mis amigas que volví a hallar en este reencuentro con mí pasado de estudiante, me pasó el número de celular y dirección de mail de una compañera, Luna, a quien recordaba en forma fragmentada. Jamás nos habíamos relacionado más allá de una sana convivencia de adolescentes que compartían casi cinco horas al día en un colegio. La recordaba, pero no tenía ninguna vivencia en común con ella.
Con una indiferencia disimulada, y por no despreciar a mi amiga, tome y anote ese celular y el mail.
Luna era la última persona de quien hubiese imaginado enamorarme perdidamente. Ni siquiera imaginaba que de su mano, estaba a punto de emerger de mis cenizas como un Ave Fénix. Seria para mi, un renacer en todo aspecto. Ella, sin proponérselo, a esta altura de mi vida me desvirgaría en el misterio de amar como si no hubiese un mañana.
Sin que lo sepamos, Luna comenzaba a rescribir la historia de mi vida.
Ojala yo tambien pueda reescribir algo en la suya.
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