lunes, 10 de agosto de 2009

Amada mujer

Esta preciosa. Única. Radiante.
Sube al auto, giro por una calle y lo detengo de inmediato. No puedo esperar un minuto más.
Comienzo a besarla. O ella comienza a besarme a mí. No se quien de los dos toma la iniciativa, pero no importa.
Liberamos la pasión.
Nuestros labios se acarician. Nuestros cuerpos arden.
Mis manos sienten su piel.
Escucho su respiración.
Algún gemido que escapa de su boca.
Exploro sutilmente sus rincones, tratando de descubrir reacciones a cada estimulo que nace de mi devoción por ella. Cada una de esas sensibilidades tan íntimamente suyas, ardientes hallazgos, quedan fijas en mi memoria para ir creando poco a poco el mapa de su placer de mujer.
Amada mujer.
Con ese mapa pienso avanzar y llegar a ese tesoro tan deseado para hacerla explotar en una cielo de blancas estrellas, que luego la dejaran en una extenuada y satisfecha calma en mis brazos, en un sueño que velare mientras mi alma dure en mi cuerpo.
Amada mujer.
Mi Amada mujer.

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